Nos dejamos llevar por el brillo y a veces no todo lo que brilla es lo perfecto.

Hace ya bastante tiempo que lo tengo y estoy encantada de conocerlo.

Hablo del lavavajillas, un gran invento esa maquinita.

Cuando lo adquirí y en mi casa se acopló seguí las instrucciones de la persona que lo instaló.

Que su pastillita, su sal y como broche final para que todo saliera con esplendor se agrega el abrillantador.

A partir de ese momento después de comer o beber me sentía con alergia, malamente y sin aliento.

Comencé a barajar y por deducción nomine y expulse del lavavajillas al abrillantador.

Pues resulta que el susodicho no se va con el aclarado, se queda pegado y adherido en cada vaso, en cada plato…

Y es que para reducir la tensión superficial y romper las moléculas del agua, para que ésta resbale por la vajilla, cubertería o cristalería y todo salga seco sin rastro de mancha, brillante e impoluto, forma una película de químicos sobre los utensilios donde se come y por deducción va directo al organismo.

Estos químicos son los tensioactivos o surfactantes.

Si te afectan como a mí me ocurrió, no existe mejor solución que prescindir del abrillantador.

Puede que la vajilla no salga brillante pero mi salud brilla como el sol.

Cuando salía a pasear no solía tomar nada en un bar, cafeterías o demás, pues cualquier cosa me caía mal, pero ahora solo tengo que pedir que me enjuague bastante por dentro y por fuera los vasos, copas… todo donde me van a servir.

Muy buena gente los camareros y personas del gremio por los buenos enjuagues que le meten hasta los cubiertos.